20 abril 2008

VÍCTIMAS/CRÍTICAS



VÍCTIMAS - Crítica de Martín Wullich

El famoso texto de Los demonios de Loudun, recreado por Marcelo Bertuccio, con altas dosis de ironía y humor.
Sobre la censura
Para quienes tengan memoria cinematográfica, el caso fue llevado a la pantalla por Ken Russell, en un momento en que hablar libremente de estos temas no era una cuestión fácil -no hablemos de exhibición pública-, por lo menos en nuestro país. Después de una época de férrea censura cinematográfica -donde algunos films eran cortados y otros directamente prohibidos-, regida por el Consejo Honorario de Calificaciones, con gran influencia de intereses sobre todo militares y eclesiásticos, asumió su dirección Osvaldo Gettino.
El nuevo funcionario provocó un cambio fundamental: desde ese momento no habría ninguna autoridad que pudiese prohibir o censurar una película antes de la llegada a las salas. El film se daría completo, con la calificación correspondiente, aunque si alguno de los espectadores se veía tocado o molestado en su fe, o consideraba que el film tenía visos de pornografía, podría hacer la denuncia correspondiente. Entonces el film se retiraría de las salas, iría al juicio o análisis del Consejo, y sólo entonces se decidiría su exhibición con cortes o su prohibición total.
Con este sistema, la gente que conocía algo de cine y sabía del arribo de un film algo picante, se abalanzaba a ver las primeras proyecciones, por las dudas, antes de que algún pacato velara por la moral ajena. De este modo se pudieron ver, apenas algunos días, "The boys in the band"-mucha homosexualidad-, "El último tango en París" -mucha manteca- y "Los demonios" -en un monasterio esas cosas no pasan-. Entre tantas otras, estas fueron denunciadas por anónimos espectadores y no volvieron a exhibirse. Justamente la última, dirigida por Ken Russell y protagonizada por Vanessa Redgrave y Oliver Reed, está basada en el libro Los demonios de Loudun, de Aldous Huxley, historia que en estos días lleva a escena el director Marcelo Bertuccio.
Sobre "Víctimas"
Antes de ingresar, ya se huele a incienso... Mientras, una monja entra y sale de la sala, pasando delante de un reclinatorio y dejando entrever algo de lo que se viene. Lo curioso es que esa monja nunca participará de la obra, o sí, dependiendo de como se tome esta historia en la que nos sumerge Bertuccio, sin fronteras entre la realidad y la fantasía, o donde una y otra se entremezclan provocando sorpresa al espectador. Sorpresa y estupor, disparate y temor, irreverencia y humor, se mezclan en dosis similares para contar una historia real. Tan es así que, en algunos momentos, el espectador no sabe si lo que sucede forma parte del texto o no, si es la obra o realmente algo sucede entre bambalinas, perdiéndose por completo la barrera entre la realidad y la fantasía. Está tan bien logrado que da la imagen de que hasta dejan de actuar, actuando. O viceversa.
La cuestión ocurre en la ciudad francesa de Loudun en 1632. Reina Luis XIII, y su ministro es el Cardenal Richelieu. Sucede en un convento de monjas ursulinas. Hasta allí llega un cura que se las trae. Él, "hombre"al fin, se casa en secreto, enamora a la Priora, y no perdona a ninguna monja que se le cruce en su camino. Hasta uno de los sacerdotes lo mira con cierto cariño. Pero la que enloquece es la Priora, a tal punto que le mandan un exorcista pues ha perdido la cabeza por amor y se autoflagela. La locura contagia otro cura... y el delirio no tiene gollete. A Dios gracias -claro está-, Bertuccio ha usado el humor, el ridículo y la parodia para descomprimir lo que desde pretéritas épocas no deja de ser una realidad subyacente de algo que, en ocasiones, se esconde debajo del hábito o la sotana.
La actuación de Silvia Mañá es muy destacable en su generación de locura, posesión satánica y perdido enamoramiento. Javier Alemanno sabe convencer en el papel del padre jovenzuelo, mientras el experto exorcista está muy bien en el physique du rol de Joaquín Daglio. Cecilia Venturutti interpreta sensualmente a una muchacha tentada y tentadora. Esteban Fagnani lleva a límites inesperados la locura que transmitirá seduciendo sin ambages, mientras María Inés Howlin contará detalles del caso, agregando picardía.
La puesta en escena es ascética, como corresponde a un convento. Iluminación y vestuario completan una particular y atractiva estética, sin desdeñar la elección de la música grabada que crea los climas apropiados hasta para una insólita coreografía. Asimismo, como parte de esta farsa, se entonarán canciones con mucha sonrisa e invitación a colaborar con la congregación al dejar la sala. Es verdad, se podrán comprar cruces, estampitas y agua bendita. Quizás hasta algún rosario. No sea cosa de que el demonio nos posea. Martin Wullich







Morir en la hoguera, en el siglo XVII

Marcelo Bertuccio hizo una interesante versión de un hecho ocurrido durante el reinado de Luis XIII, en Francia

Domingo 4 de mayo de 2008 | Publicado en la Edición impresa

Alberto Catena
La Nación

Víctimas sorprendidas en un ruego inútil. De Marcelo Bertuccio. Con Silvia Mañá, María Inés Howlin, Cecilia Venturutti, Esteban Fagnani, Javier Alemanno y Joaquín Daglio. Diseño sonoro, dramaturgia y puesta en escena: Marcelo Bertuccio. Asistencia de dirección: Nuria Maidana. Diseño ambiental y realización de escenografía: Liliana Medela. Teatro Apacheta, Pasco 623. Domingo, a las 20. Duración: 70 minutos.

Nuestra opinión: buena

Los demonios de Loudun fue una obra de Aldous Huxley que disfrutó en el momento de su aparición de una muy buena acogida en el mundo artístico, tanto que luego de su publicación, en 1952, fue transformada en ópera por Krzysztof Penderecki, llevada al cine por Jerzy Kawalerowicz y Ken Rusell, y convertida en pieza de teatro por John Whiting. El libro del escritor inglés trataba en forma de ensayo novelado el caso del cura párroco Urbano Grandier, acusado de posesión satánica y enviado a la hoguera en la Francia del siglo XVII, durante el reinado de Luis XIII y de su controvertido ministro, el cardenal Richelieu.

En el país, el dramaturgo y director Marcelo Bertuccio retomó el episodio en un texto teatral estrenado en 1996 y recreado por él mismo, en estos días, en una segunda versión. Una vieja práctica escénica -también cinematográfica y musical- demuestra que un mismo material puede ser abordado tantas veces como miradas distintas soporte. La condición para hacerlo es proponer algo distinto, no repetir, salvo que la repetición vaya seguida de asesinato de las visiones anteriores.

Bertuccio, que en otros trabajos de su autoría ha probado ser un artista talentoso, creyó que la historia merecía otra vuelta de tuerca estética. Y, realmente, la consigue. Sobre todo porque logra que los espectadores observen ese suceso desde una óptica menos tensa que la que proponían las realizaciones llevadas al cine, la ópera o el teatro. Para ello, acude a algunos mecanismos de distanciamiento -una relatora que comenta algunas escenas, el uso de una forma de hablar semejante al de las telenovelas, el tono paródico con que se interpretan en coro ciertas canciones-, que permiten al público desacralizar lo que está viendo.

En cierto modo, y ubicándonos en una época en que hasta el propio papa debe pedir perdón en los Estados Unidos por los abusos de los curas pedófilos, se podría pensar que el pecado de seducción de mujeres cometido por Grandier es una transgresión menor. Pero Bertuccio no se burla del caso ni lo enfoca con irreverencia -de hecho, algunas escenas son tratadas con mucha dramaticidad-, sino que aporta un instrumento para evitar que la ilusión sofoque la posibilidad de reflexionar sobre un asunto que fue y sigue siendo sumamente grave, porque, si bien ya no se manda a nadie a la hoguera por transgredir un dogma de la Iglesia, la intolerancia y la represión siguen causando estragos terribles.

La sobriedad de la puesta

La puesta de Bertuccio tiene la virtud de la sobriedad, del ascetismo que puede beber de la propia fuente de la historia. El color predominante es el negro, roto en determinados espacios por dos almohadones blancos o una colcha roja sobre un mueble rectangular que sirve alternativamente de lecho, de reclinatorio para rezar o lugar de tortura. El movimiento de los actores es también armónico y se nota una marcada preocupación del director por obtener resultados visuales que expresen con austera belleza y exactitud los climas o situaciones de la pieza. La actuación se inclina hacia un tono neutro compatible con cierto distanciamiento, pero sin prescindir de la entrega exaltada cuando es necesario, como ocurre en el caso de la priora Juana, muy bien interpretada por Silvia Maña, cuando expone los estados de posesión demoníaca. También merecen ser elogiados los trabajos de María Inés Howlin y Cecilia Venturutti, ya que, en general, las mujeres están un poco mejor que los hombres. Otro acierto de esta versión es su musicalización.



Las Víctimas de Bertuccio

Irina Sternik http://www.buenosairesladob.com.ar

Ir a ver un domingo a la noche Víctimas es fuerte. Menos mal que el dramaturgo y director Marcelo Bertuccio tiene ese “no se qué” en sus obras que descomprime el más cruel de los relatos y nos hace ir cantando el jingle “La marcha de la virgen de buen viaje “que dice así: “Estamos vivos y vivimos, amarte es nuestro destino. Y aunque este viaje es distinto, sólo hay un sólo camino, llegar a vos…”

Víctimas recrea hecho real ocurrido en Francia en el siglo XVII, el de la posesión demoníaca colectiva en Francia en 1632. Apacheta es una sala despojada, bien iluminada, que nos ofrece un escenario casi sin escenografía. La impronta de las monjas ursulinas y curas habla por sí sólo. En esa sala oscura y con esos ropajes asfixiantes, más una bella actriz de civil que hace de Magdalena, comienza la función. Una guitarra nos sumerge en la primera versión de la Marcha de la virgen (El tema Dulce Doncella).

Es la historia de Javier (a Bertuccio le gusta el nombre Javier. Lo pone en lugares tan disimiles como “Homenaje a mi misma” y “Víctimas”), un padre que pasa por alto el celibato, se casa en secreto con la joven Magdalena (Cecilia Venturutti) y enamora perdidamente y a la distancia, a la priora Juana (Silvia Mañá). Ella se vuelve loca de amor, se flagela y hay que exorcizarla. A ella, y al padre Javier. Más que exorcizarlo, torturarlo, degollarlo, hacerlo confesar que ha sido poseído por satanás.

Pero en realidad es la eterna historia de la iglesia. Más que eterna, antigua. Por eso es fuerte. Los cantos, la banda musical de la obra, la iluminación y la densidad de la trama, insertan a la obra en el género drama. Pero lo bueno de Bertuccio son esos momentos de ridiculez, súper necesarios para soportar la densidad de lo que se está contando, donde aparecen unas locas coreografías. En el momento en que el público no soporta más la solemnidad de los hábitos, se despliega la buenísima interpretación de la hermana Juana bailando una versión tecno remixada de una grabación al revés, como las del Exorcista.

Ese ir y venir de una historia de represiones y mandatos, se completa con los debates sobre procedimientos para sacar al demonio del cuerpo de Javier por parte del Padre Uriel y del Padre Salvador, un cura castrati, ocultamente enamorado de Javier.

Todo esto, con actuaciones que recrean un acento neutro, de otra época, con voces respetuosas y cantos gregorianos. Siempre, saliéndose de la vaina cuando la trama lo requiere. Victimas tiene un equilibrio para contar una historia tan clásica con Dios como protagonista. Es fuerte, pero nos hace salir riendo. En especial, por el merchandising que se expone una vez finalizada la obra: estampitas, 2 pesos. Disco con 16 versiones diferentes de Ave María, 5 pesos. Cruces, 2 pesos.

Cuándo y dónde: Domingos a las 20 en Sala Apacheta, Pasco 623. Tel: 4941-5669. Localidades, 20 pesos.






“Debate en torno a la castidad monástica”- Por Silvia Sànchez Urite

Después de la muerte del párroco, un convento de monjas ursulinas recibe al Padre Javier, tentado desde hace tiempo por los pecados de la carne. Va a seducir a Magdalena, niña criada en el claustro, pero la que se va a consumir de deseo es la Hermana Juana, priora del convento y con un defecto físico que es una joroba. Juana va a quedar embarazada. De allí en más, la llegada del Padre Uriel, el inquisidor que exorciza y del Padre Salvador, un cura joven algo confundido.

Lo interesante de la puesta es que logró plasmar la estética austera de los templos católicos-incluida una canción actual: “Marcha de la Virgen del Buen Viaje”. Los hábitos se exhiben como fetiche, pero no al modo paròdico postmoderno sino para adueñarse de la represión sexual de los consagrados. Incluso se nota cierto tono respetuoso hacia las investiduras eclesiàsticas.

Como toda obra contemporánea, sostiene un distanciamiento encarnado en la Hermana Clara, que actúa como relatora de la trama. La musicalizaciòn sostiene la tensión dramática, aunque es cuestionable la última aparición de la canción, al final de la pieza.

El diseño de luces ayuda a la sobria ambientación que se basa en una mesa de madera. También cabe destacar el tono neutro que utilizan los intérpretes que sitúa la obra en otro tiempo y lugar, lejanos. (¿Tal vez México en la época de la Inquisición?)

Las actuaciones soportan con solidez el peso de la historia: se destacan Silvia Mañà, como la hereje Hermana Juana; Esteban Fagnani como el martirizado Padre Javier y Marìa Inés Howlin como la Hermana Clara, la narradora omnisciente.

El teatro Apacheta se encuentra transfigurado, con velas pascuales, incienso y retratos de monjas y monjes hasta en el baño. Es un detalle a tener en cuenta. Ya desde la pre escena, nos debemos aclimatar a la atmósfera eclesiástica.




La opinión de charly Borja - abr 2008

Transgresora obra de Marcelo Bertuccio, mostrando quizás el "Lado oscuro de la Iglesia" a través de una supuesta posesión demoníaca en interesante e irreverente puesta.

foto: CHARLI BORJA


Muy interesante obra de teatro en donde si hay alguien que exorcisar es a su propio creador don Marcelo Bertuccio quien más que poseído fue “iluminado” en un estallido de creatividad tal que desborda toda imaginación con “Víctimas” una obra diferente muy irreverente y polémica en el perfil que toca.

Buenas las actuaciones de María Inés Howlin, Silvia Mañá, Esteban Fagnani, Cecilia Venturutti, Javier Alemanno y Joaquín Daglio poniéndole pimienta y agregando más leña al fuego en las instancias “poseídas” de la por momentos delirante obra teatral, (su creador debería pensar muy seriamente en trasladar esta historia al cine, porque la misma tiene mucha tela para cortar, no sólo en lo narrativo sino también en lo visual).

Un capítulo aparte merece la excelente banda de sonido en donde el inspirado Marcelo Bertuccio escudriñó vaya a saber dónde para hallar 16 diferentes versiones del dulce tema “Ave María” desde lo barroco hasta lo jazzístico, pasando por el acid rock, un gran hallazgo del director sin lugar a dudas.

También merece destacarse la muy buena iluminación que puntualmente marca las escenas más osadas y sexuales de la puesta.

Obra no recomendada para mojigatos y mentes cerradas, todo lo contrario, está abierta a todos aquellos que busquen otra vuelta de tuerca o algo diferente en la relación de Dios con la Iglesia y de ésta con el hombre de carne y hueso.





Cuando Dios se pone exigente.

Divertida y sacrílega obra donde las monjas y los curas hacen lo que pueden con las exigencias de un dios demandante.

www.escenahoy. com.ar

Una obra sobre monjas y curas puede dar la primera impresión de que ya se ha escrito mucho sobre el tema y poco más se puede aportar. Sin embargo, Marcelo Bertuccio (en su doble rol de dramaturgo y director) le da una vuelta de tuerca a las exigencias de la Iglesia con sus sufridos representantes en la Tierra y hace que "Víctimas" se convierta en un recomendable espectáculo. Trabajada con el fuera de escena dentro de la escena, los actores actúan la actuación aportando una acertada dinámica a una trama bien interesante. La hermana Juana (muy bien interpretada por Silvia Mañá - la monja de la foto) enloquece de amor por el Padre Javier (que no deja monja virgen en toda la obra) y La Iglesia no tiene mejor idea que recurrir a un exorcismo para que quede claro que todo lo que sea amor carnal es pecado y del más bajo. Con algunas escenas delirantes y divertidas y otras emotivas y de gran belleza visual, la obra va mostrando los costados humanos de estos personajes que, justamente por humanos, no pueden llevar la pesada carga del sacerdocio. La obra es un poco sacrílega y puede ofender a quien profesa la fe católica pero si consideramos que Benedicto (con sus divinos zapatitos de Prada) se sintió avergonzado por los abusos sexuales de la Iglesia mientras tomaba un té con Bush, "Victimas" no ofende sino que se divierte con la represión de la sexualidad. Se destacan Silvia Mañá en la composición de su personaje (literalmente más loco que una cabra), Cecilia Venturutti como la doncella que cae en manos de la tentación y Javier Alemanno como el joven padre Salvador que con su vocecita aflautada trata de ayudar en el exorcismo al padre Uriel (Joaquín Daglio) que lleva adelante esa difícil escena sin caer en estereotipos ni sobreactuaciones. El resto del elenco, lejos de quedar en segundo plano, también tiene sus momentos de lucimiento y hacen su aporte para el éxito de la obra. Una mención especial merece la adorable asistente de sala que, vestida de monja y llena de ternura, está en todos los detalles.

Víctimas de Marcelo Bertuccio. Dirección Marcelo Bertuccio. Elenco: Silvia Mañá, Esteban Fagnani, María Inés Howlin, Javier Alemanno, Cecilia Venturutti y Joaquín Daglio. Dato de interés: La entrada al estudio Apacheta es una puerta negra sin carteles de ningún tipo que se abre unos minutos antes de la función. No se sorprendan si quince minutos antes de empezar ven todo cerrado.




Víctimas

Lo que sucede debajo de los hábitos


Obra escrita y dirigida por Marcelo Bertuccio

El humor y la ironía son dos de las herramientas que se vale Marcelo Bertuccio para que se torne digerible lo que cuenta su obra Víctimas.
En una propuesta en donde la envestidura es la que marca sentidos y sentimientos, Bertuccio corre límites para profundizar acerca de la naturaleza humana y las represiones.
La forma elegida para tratar un tema tan espinoso, es el de las “muñecas rusas”, pero en este caso distorsionadas y deformadas. El planteo del teatro dentro del teatro es, en este caso, un acertadísimo contexto para exhibir hasta que punto el disfraz valida toda podredumbre, cercena deseos y esconde lacras.
Afinando al máximo la ironía, el autor y director entrega una propuesta “rebuscadamente” ascética, poco profesional, y con un registro de actuación en donde se elige la impostación para que se afirme el doblez del discurso. De esta manea se asiste a lo más terrible bajo un manto de fingida inocencia.
De un buen elenco se destaca el puntilloso trabajo de María Inés Howlin (un canto a lo que sucede cuando se reprime lo deseado), y la lograda hipocresía de Joaquín Daglio.
El diseño ambiental de Liliana Medela es como dije más arriba fundamental para crear todo el halo de “franciscanos” recursos y así instalar una patina de beatitud en la mugre.
La propuesta se completa con un “precario” diseño de luces, otro acierto a cargo de Esteban Fagnani.
Víctimas provoca, no solo por lo que cuenta, sino por como lo cuenta, ya que se vale de mecanismos y formatos utilizados (desde hace muchos siglos) por un sector de la sociedad que de tan identificables producen escozor.


Gabriel Peralta

www.criticateatral.com

ELENCO:

Silvia Mañá
María Inés Howlin
Cecilia Venturutti
Esteban Fagnani
Javier Alemanno
Joaquín Daglio
Nuria Maidana


FICHA TÉCNICA:

Asesoramiento en mal latín: Laura Garaglia
Diseño ambiental y realización de escenografía: Liliana Medela
Diseño Lumínico: Esteban Fagnani
Diseño Sonoro: Marcelo Bertuccio


VÍCTIMAS sorprendidas en un ruego inútil,
de Marcelo Bertuccio - Apacheta sala estudio

La obra de Marcelo Bertuccio aborda el tema de la religión (católica) y de la tensión existente entre ésta y los deseos de los hombres. Su mérito, en cuanto al tema, sea quizás plantear este abordaje desde el respeto a la institución eclesiástica y no desde el mero cuestionamiento.

Como recurso narrativo, Bertuccio pone a los interpretes entre dos formas actorales: una, supuestamente menos “actuada” que se encarga de narrar o “denunciar” los artificios de la teatralidad, y la otra, más estilizada, es la portadora de la voz de los personajes de la historia.

Si bien al comienzo, el espectáculo parece tardar demasiado en comenzar, con el correr de los minutos adquiere un ritmo e intensidad que hacen olvidar esa tardanza.

La puesta es austera e inteligente. En cuanto a las actuaciones, en general están bien logradas; destacándose a Joaquín Daglio como el cura exorcista y un muy buen primer monólogo de Esteban Fagnani.

Dos hallazgos: la utilización a modo de refresco, de la cancioncita “marcha de la virgen del buen viaje” con la que la obra termina y empieza y el puesto de souvenirs instalado a la salida.

En conclusión: recomendable.


Natalia Pezzi - Universidad de Palermo





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